El viñedo alsaciano

La carretera de los vinos atraviesa la Alsacia del Norte al Sur al pie del Macizo de los Vosgos. Las laderas están cubiertas de viñedos solo interrumpidos por pueblos con carácter afirmado. Los pueblos son muy limpios, las casas con entramados son típicas y homogéneas. Se adornan plazas, fuentes, viviendas con geranios de todos los colores.

La viña cambia de aspecto en cada estación. En invierno, la tierra parece desnuda, solo cubierta por las cepas de perfil atormentado. Huele a estiércol esparcido al pie de las cepas. En primavera, árboles frutales en flor salpican de colores vivos las viñas, donde aparecen las primeras hojas. En verano, el viñedo está exuberante: racimos y sarmientos ocupan el espacio entre las cepas.

El otoño es la mejor temporada. El viñedo parece un mosaico de colores cálidos que van del amarillo al rojo. Ya es la hora de la vendimia. Por la mañana, al sol naciente, la uva brilla con mil gotas de rocío o a menudo de escarcha. Los dedos de los vendimiadores están adormecidos por el frío. A mediodía, la merienda se toma en el mismo sitio para no perder tiempo. Tengo un recuerdo intacto de la sopa caliente que nos reconfortaba, del olor del queso munster que comíamos con patatas asadas con su piel, y del sabor dulce de los granos de uva moscatel. Por la tarde, cuando volvíamos a la finca olía a mosto de uva.

©Géraud