Búsqueda en el Monte San Antón de Málaga

Al bajar del autobús tomaron la mejor decisión: subir a pie los cuatro kilómetros aproximados hasta la Cruz que corona el Monte San Antón. Un poco más de una hora de caminata desde los seis metros hasta los cuatrocientos noventa y cinco metros sobre el nivel del mar. Media hora por calles y rutas poco transitadas por automóviles, y otra media hora compartida entre el terraplén que lleva a la cueva haciendo zigzags y la subida por un sendero pedregoso y resbaladizo hasta la Cruz.

A lo largo de las rutas asfaltadas se elevan construcciones modestas o suntuosas, con jardines pequeños o exuberantes de colores diversos entre los pinos dispersos que resaltan bajo el sol de las once de la mañana. Arbustos de montaña en la falda del monte disminuyen su talla mientras avanzamos.

Cada uno lleva su ritmo marcado por la edad, el estado de salud y el estado de preparación física. Ale es el que avanza más rápido: con treinta y un años, y un cuerpo entrenado después de un sueño reparador es el primero en llegar a la cueva aunque varias veces se detuviera en camino para ayudar a sus dos acompañantes. Quien avanza más lentamente es la mujer pasados los cincuenta detrás del hombre de más de sesenta y cinco años, operado a corazón abierto hace apenas cinco meses.

Un alto a la entrada de la cueva, sentados sobre piedras, para comer el bocadillo con jamón y queso antes de seguir la marcha, esta vez más empinada, hasta la cruz.

Cuando los dos acompañantes llegan, ya Ale se ha instalado en una roca sobre un precipicio al noroeste de la cruz. Ella le hace algunas fotos y se sienta lejos de su vista, resguardada tras una roca y asustada del peligro. El acompañante pide a un joven que les hagan algunas fotos para el álbum de la pareja y el calendario del año siguiente. Algunos minutos de embeleso ante la magnificencia del paisaje, la vista de la extensión del mar azul tras la costa malagueña.

Unos turistas se hacen selfies. Un joven fotografía a una chica sentada en posición lotus meditando. No puede ver su rostro, solo su pelo que ondea con el aire que sopla del mar.

Salen del deleite al oír a Ale que les hace una pregunta, mientras les muestra una foto tomada con el móvil desde lo alto de la roca:
–¿Es o no es la figura de una persona?

Al fondo del precipicio sobre un terreno cubierto de arbustos, una figura azulosa yace de espaldas con una pierna y un brazo plegados. El brazo cubre la cabeza. ¿Una figura humana? ¿Alguien que perdió el equilibrio y cayó desde la cima? ¿Cuánto tiempo yacerá ahí? ¿Será posible aún socorrerlo?

Ale toma una decisión fulgurante: él dará la vuelta al monte para llegar al lugar; y se lanza por el camino de vuelta hasta la mitad del cerro. Ve un cartel: ¡Atención Pozos!

Se detiene para llamar a la policía, les envía la foto y les pregunta si se aventura hasta el cuerpo por la maleza salvaje y las rocas. La respuesta es clara: es muy probable que sea un cuerpo humano y estaría bien si él pudiera acercarse al cuerpo sin ponerse en peligro mientras llega la ayuda. Lo contactan de la Policía y de la Guardia Civil.

Ale les envía su posición GPS, también a sus acompañantes, que descienden por el terraplén de vuelta y encuentran el primer coche de la Policía, y se quedan con su ocupante. Luego llega otro coche de la seguridad del pueblo vecino, y otro de la Guardia Civil. Otros coches de cuerpos del orden intentan acercarse por el lado noroeste del monte, pero no hay rutas accesibles.

Los acompañantes están de acuerdo para mostrar el camino hasta la cruz y subir de nuevo, pero una pareja de policías sube ya la colina por otra ladera. Están en contacto con Ale que no logra acercarse al lugar. La pareja de policías lo llama desde lo alto y le pide que suba para tomarle los datos y que haga su deposición. Ale sube afianzándose con sus dedos y sus zapatos deportivos en los resquicios de las rocas. Sus brazos descubiertos están llenos de rasguños.

El grupo de funcionarios compuesto por unas siete u ocho personas que sigue en el inicio del terraplén, recibe una foto. En ella una reproducción en azul de una diosa bailarina arquera tailandesa khon está en lo alto del Monte San Antón. Hay una semejanza marcada entre las dos figuras.

Uno de los dos policías a los que se ha unido Ale desciende hasta la figura escalando la roca. Ale deshace el camino de vuelta del monte y se une al grupo que está aún en el inicio del terraplén mientras la diosa bailarina arquera tailandesa khon se queda tirada entre los arbustos esperando la próxima alerta de otro curioso.

© Marlen